jueves, 2 de abril de 2009

Al fin llegamos a Salamanca

Esta noche si hemos pasado frio. Me desperté a las seis y veinte y después de sacar una mano desistí de sacar la otra. A las siete tengo tanto frio que me vuelvo a meter en la cama para vestirme. Me parece ver un aparato de calefacción; ya es tarde. Despierto a Javi y le doy la ropa para que se vista dentro de la cama; me dice que está helado. Hago el desayuno. Este albergue tiene galletas, además de pan y un microondas (y también una nevera con alguna vianda donada a la ciencia por algún caminante anterior). Tantas atenciones nos hace sentirnos honrados -aunque no sorprendidos, ya que en mi investigación de ayer encontré nada menos que champú en el baño, excepcional en el camino- y, mucho más allá de las expectativas de cualquier caminante miope, un inesperado liquido para lentillas!!...(Nuria me explicó que ella trabaja o trabajaba en una óptica). Caliento un cola-cao para Javi, que en un principio se queja ruidosamente porque, al parecer el cola-cao se toma frio –aunque luego entiende que si ya estás congelado puede que lo mejor sea beber algo caliente-. Ayer me dolió el empeine y la rodilla derecha –vestigios de un esguince, el primero, y del baile del pogo en Cambridge en el 79, el segundo-. Me pongo algo de fastum gel, que me sobró del camino del agosto pasado y que es mano de santo. También a Javi que se queja algo de un pie.
Es hora de partir en nuestra cuarta y última jornada; apenas han dado las ocho y salimos de este refugio tan acogedor. Nadie en la calle; todos duermen o al menos no hacen ningún ruido. El camino se dirige entre unas fincas, esta vez el paisaje es infinito y expedito el camino; no hay ninguna barrera, ni artificial ni natural. No hay árboles a los lados ni riachuelos que sortear. El viento es el dueño, pasamos el bastón de una mano escarchada a la otra tratando de evitar su congelación: Sopla helado con saña y me acuerdo de los guantes y de ese jersey que desprecié olímpicamente hace cuatro días. En fin ¿quién hubiera pensado en un gorro para la cabeza? Javi me reconoce que en estos momentos la aventura parece empezar a irsenos un poco de las manos. A todo esto, recuerdo que nos quedan cuatro o cinco euros, que parecen exiguos para tratar de preparar un verdadero plan de rescate.
De pronto el camino se bifurca pero parece claro que hay que pasar por el próximo pueblo cercano, Morille, a tres o cuatro kilómetros. Nos acercamos al pueblo con la ilusión de encontrar una estancia con un fuego y un café caliente. Tiene pinta de bastante nuevo y residencial; se ve que el alcalde lo está cuidando. Mucha casa de piedra y dos o tres plazas puestas con algún gusto e intención. Hasta un albergue municipal, aunque lamentablemente cerrado como si no se abriera hasta el verano. Nos tranquiliza ver un cartel dice que vayamos al Bar de Isa, pegado al albergue. No, nuestras ilusiones son pronto desmentidas por la realidad; Isa debe dormir el sueño de Cenicienta y no se espera a ningún príncipe, o mejor aún el sueño el de los justos.
Estamos helados y no parece que haya motivos para la esperanza. Son las nueve y el sol, aunque imbatible en el cielo, no puede con el frío justiciero de la estepa. Son las nueve y media cuando la Providencia parece apiadarse de nosotros y deja sensiblemente de soplar. Nos reconforta y aunque seguimos a buen ritmo, nos confiamos un poco: de ésta seguramente no nos morimos. El camino se hace andadero y pronto empieza a subir hasta una encina que vemos aparecer a lo lejos y a la que alcanzamos como media hora después. Se nos cruza un jinete con un caballo de competición. Desde la encina se vislumbra un panorama amplio y a lo lejos se ve un pueblo al que creemos que llegaremos en seguida; dos horas después nos daremos cuenta de que no hemos llegado y de hecho el camino termina por dejarlo por imposible, a la derecha sin entrar.
A continuación empezamos a subir un repecho hacía un monte que amenaza con otra buena ración de sufrimiento, pero cuando cruzamos una calzada que linda una finca con sus cultivos, nos encontramos que el camino tuerce a la izquierda y nos ahorramos una buena cuesta. Paramos un momento, nos cambiamos de calcetines y bebemos agua, que hoy llevamos de sobra.
Son las doce y con el ángelus llevamos una larga conversación sobre las cosas que uno descubre a los trece años, en la que destacan las ganas de salir por ahí con los amigos.
Estamos entrando en un pueblo, del que no sabemos el nombre. A estas alturas lo único que sabemos es que llevamos caminando a toda máquina más de cuatro horas. Cuando estamos llegando a ese pueblo oímos las campanas de una iglesia y alli nos encaminamos. Nos metemos en misa de doce y media y salimos rápido para intentar volver al camino. Preguntamos pero de entrada nadie nos sabe decir; no parece sonarles ninguna ruta y nos miran con extrañeza. Cuando empiezo a temer que nos hemos perdido, pregunto a una chica con cara de lista y enormes gafas de sol, que cruza la carretera para decirnos dos cosas que me devuelven primero la confianza y luego el resuello. Con satisfacción nos dice que estamos en el camino -es todo recto y además en seguida nos separamos de la calzada- y que nos quedan tres kilómetros.
Albricias! Ya no hace ningún frio, es la una y media, y nos quedan no mas de cuarenta minutos.

En poco más de cien metros salimos de la carretera, cuando ésta se convierte en una rotonda enorme, y nos metemos por un sendero que nos llevará hasta un puente romano sobre el Tormes. Según parece la mayoria de sus pilares son de aquella época. La vista de Salamanca presidida por su catedral añade a la espectacularidad de siempre la emoción del fin del camino y la culminación de nuestros esfuerzos. Subimos hacia la catedral, dejando un famoso jardin atrás y nos perdemos entre los meros turistas y los turistas estudiantes, de todas las nacionalidades, y vamos preguntando por un restautante muy recomendado por Juan Pablo, que al parecer cerró hace casi un año, según asegura un parroquiano. Vamos por la rua mayor y llamamos por telefono al restaurante de Raul el marido de Nuria; cuando estoy preguntando por él me doy la vuelta y resulta que está enfrente de mi. En la terraza, con ambiente de domingo luminoso y bullicio universitario, nos lanzamos sobre el rissotto, alguna carne y una fondue de fruta con chocolate, que entusiasma a Javi y despierta cierta envidia de las comensales de al lado. Increiblemente, Javi quiere un helado y se pone a hacer una larga cola en la heladeria de la Plaza Mayor mientras yo hago como si fuera un Erasmus más y me tiro a tomar el sol en mitad de la plaza. A estas alturas ya he dejado las zapatillas y tengo puestas las alpargatas para descansar. No desentono con el panorama general. Vueltas y vueltas, la casa de las Conchas, al albergue para sellar nuestra credencialde la ruta (que nos dió el padre Blas y sobre cuya autenticidad parece haber algunas dudas en la autoridad del camino, sea ésta cual sea). Por fin un taxi a la estación de autobuses. Salimos a las seis, duermo algo mientras Javi se entretiene con la Ipod. Objetivo cumplido y aventura inolvidable que tenemos para contar Javi y yo, y por supuesto el Gran Garri. Abrazos, Javier

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