martes, 26 de julio de 2011

Desde el Morezón

Dormir al raso en noche estrellada es posiblemente una de las experiencias que no hay que esperar mucho para repetir. Aunque esta noche los ojos se me cierran; la paliza ha sido brutal y caigo en seguida. La esterilla es cómoda y he tenido cuidado de ponerla en un sitio bastante libre de piedras. No sobra nada de ropa. En unas horas, me despierta el clarear del día y siento frío. Me doy una vuelta, me acomodo y me vuelvo a dormir. Al lado siento a Javier.


A las ocho nos hemos levantado y con el movimiento tratas de desentumecer los brazos y las piernas. Dejamos de caminar hace ocho horas y, desde luego, no estamos completamente descansados. Desmontamos el campamento, lo que en realidad se concreta en meter todo en las mochilas, recoger las esterillas y guardar los sacos. Entre mis asignaturas pendientes está la de meter un saco en su funda. Tenemos ayuda de Pepe. Javi refunfuña; su saco no cerraba bien y pasado la noche incómodo. Tampoco demuestra ninguna pericia tratando de guardar el saco. El sol nos despeja y nuestro primer desayuno consiste en agua y chocolate con nueces.


Comenzamos la marcha y vamos bajando entre las piedras hacia un campo de piornos que parecen recién levantados. El sol se refleja en ellos, sacándoles un amarillo tan brillante que no te lo esperabas a estas alturas. Empezamos a subir la loma que teníamos enfrente y seguimos una especie de senda, sin mucha piedra ni estorbos especiales que Gus identifica como la trocha real, por donde venia el rey a su refugio. Lamentablemente la trocha nos da para poco; en tres o cuatro minutos estamos fuera de ella y vemos más arriba el refugio, o más bien lo que queda de él. Arriba, pero no tan cerca.


Dejamos las paredes del refugio a la derecha, y poco antes unas marcas de la Federación española de alta montaña. Vimos alguna vaca y pronto volverán las cabras; esta vez en grupos más numerosos. Paramos en la fuente y nos damos un festín. Hace como dos horas que empezamos a caminar y a eso de las diez y media el sol se ha adueñado del cielo y pega, aunque no hace calor. Café con leche (todo en polvo), chocolate, algo de pan de ayer, lomo e incluso un filete empanado de pollo. Por fin empezamos a sentirnos bien y miramos el día con cierto optimismo. Gus cuenta un poco del plan del día y anuncia que seguramente en todo el día no volveremos a encontrar agua. Media hora después, volvemos a caminar y nos metemos por en medio de un mar de piornos entre los que es difícil avanzar. Descubro que se me ha caído la botella de agua de dos litros que llevaba cogida a la mochila y Javi y yo nos volvemos a buscarla. Un buen rato después, descorazonados renunciamos a la búsqueda.
El camino ahora se hace más fácil mientras nos acercamos al circo de Gredos. Al parecer aquí hace muchos miles de años había un mar, que, no sé por qué razón, se llamaba de Tetis. De ese mar debió salir un volcán que formó Gredos y desde luego su parte central. Gustavo se refiere a las dificultades del camino -tiene las botas rajadas- y a un libro que promete enviarme que se titula “Senderismo para masoquistas”. Aquí, nos hacemos cargo muy bien a lo que se refiere. Nos anuncia un espectáculo único y efectivamente lo es. Subimos una ladera de piedras, el camino súbitamente se ha hecho mucho más difícil, y de pronto nos encontramos en la cima del Morezón.
Efectivamente, lo hecho hasta ahora ya tiene recompensa. Durante un rato estamos mudos disfrutando de la vista, que muy abajo termina en la laguna de Gredos. Comemos algo. Algún pirado ha tirado la cruz que presidía la cima. A la vista de la falta de agua, el calor y el cansancio y que las botas de Gustavo están inservibles, cambiamos de plan y renunciamos a la subida del Almanzor, que tenemos delante. Ahora si que quema el sol.
Pasadas las doce y media iniciamos la bajada. Nos desviamos un poco para meternos en un nevero que encontramos, donde nos tiramos bolas de nieve y los chavales tratan de hacer algún tipo de trineo con las esterillas.
Algunas cabras nos miran: Seguramente piensan que estamos como ellas. Risas después seguimos bajando. La bajada vuelve a ser en zig-zag, en lo que llama Gustavo seguir una escalera (que a mi me parece que siempre es de caracol). Nos encontramos un auténtico cabrón que debe ser el jefe de todas las cabras que hemos visto. Tiene otro porte, más distinguido, y unos ojos que parecen inteligentes, casi humanos. Nos mira paciente y se va. A eso de las tres nos tumbamos sobre unas piedras, y nos tostamos al sol. Como media hora después encontramos una senda que nos lleva a la plataforma, donde está mi coche, y una especie de chiringuito con un toldo que vende coca-colas a un euro y medio. Pedimos unas cuantas. Nunca supo mejor.


Llegando a casa me encargan parar en un centro comercial a comprar unas cuantas cosas para cenar; parece que vuelvo vivo y supongo que se trata de rematarme.