viernes, 14 de diciembre de 2012

¿Letras llenas de nombres?



Para mi, idear una melodía que pueda llegar a ser una canción, no me parece tan complicado. Muchas veces a lo largo de mi vida, me han venido a la cabeza muchas cosas que podían terminar por ser una canción, como improvisándolas. Esta noche, he sacado de su funda la Epiphone Casino (la de George Harrison) que me ha dejado Barre y me he puesto tal cual a cantar el primer estribillo que se me ha ocurrido. De chico me pasaba la vida cantando canciones imaginarias.
Más difícil siempre fue la letra. Y cuanto más tiempo pasa, peor. ¡Cuánto esfuerzo para huir de la sandez y evitar ¡horror! lo solemne! 
Por eso, me parece original pero quizás efectiva, la idea de los piraos Flaming Lips (de conciertos siempre impactantes con puestas en escena estupefactantes, o más aun, estupefacientes) que meterán en una canción (Found a star on the ground) los nombres de todos los que se lo pidan, siempre previo pago de setenta y cinco euros. Con eso se evitan el duro trabajo de componer las letras y además se llevan un pico.
En mi disco, próxima primicia mundial, he valorado mucho la posible inclusión de nombres de amigos y conocidos, pero no estoy tan convencido de que consientan fácilmente en meter sus nombres sin pedir nada a cambio, y mucho menos en hacerlo pagando! Y eso que aparecer en mi disco seguramente para muchos sea la última oportunidad de pasar a la posteridad. En fin, yo lo avisé.
Al final los Flaming Lips piensan donar la pasta a una Universidad o así, yo lo donaría quizás… a los reyes magos para que hagan sus regalos y, más en concreto, a los que vienen a mi casa.      
Eso de poner el nombre me recuerda que de chico nunca me gustó mi apellido. No quería llamarme Zapata porque, decía, yo era un niño bueno. Tenía muy pocos años y me gustaba más mi segundo apellido, o todavía más, mi nombre, que, a pesar de ser bastante común, es el preferido de mucha gente. 
Años después, en el colegio y luego en la carrera, y así hasta hoy, la mayoría de la gente, incluso muchos de mis amigos, me llaman por mi apellido. Comentándolo hoy en la oficina, alguien me hace ver que todas las personas relevantes se llaman por el apellido... Obama, Unamuno, Colón... Torrente!
No me tranquiliza tanto si me acuerdo de los Reyes o de los Papas, pero son gente poco normal, para lo que, al menos yo no puntuo. 
En fin, que me olvido de los nombres. Me temo que no tengo más remedio que seguir la ardua tarea de componer letras, sin dejarme llevar por la melancolía que nos corroe, pero equidistante de la estupidez de algún optimista en extinción. Lo comento por aquí y mi amigo Alfonso me propone mensajes como “quieres compartir mi chicle?”, que no se si entenderá mi público objetivo. No acabo de verlo, le reconozco. Habrá que esforzarse más. Abrazos, Javier.