jueves, 17 de junio de 2010

Portomarín

Llegados a Portomarín, en un mediodía radiante. Cruzamos por el puente el embalse que nos ofrece unas vistas que nos reconfortan. La última parte se me ha hecho algo pesada: sin ser una etapa dura, es verdad que parece que vas a llegar mucho antes de lo que al final, llegas. En la entrada hay una escalinata antigua con una puerta encima que parece que hay que subir pero te das cuenta de que es un monumento en la entrada y que el camino discurre a su derecha. Descubro con alguna decepción que la piscina municipal no está abierta, aunque en un arranque me paso buena parte de la tarde con mi bañador. En la pensión Portomarin, después de unas cañas, comemos con un vino peleón con casera que se nos va a poner en pié esa tarde. Dormir una siesta con el movil de Rafa cargándose, puede que, como ocurrió, te haga desperar sucesivas veces con su timbre estruendoso, que en mitad del sueño interrumpido no atinas a apagar.

Llegaron las mujeres de Rafa y Pablo en el coche, que podría llegar a funcionar como escoba o ambulancia en caso extremo. Vienen del balneario que hay a unos 50 kilómetros; su camino de Santiago va a ir del agua termal a la sala de masaje. Nos dedicamos a disfrutar de una tarde deliciosa en la terraza de enfrente del Ayuntamiento, el polideportivo municipal, que es un edificio que parece cualquier otra cosa, como otro ayuntamiento por fuera pero que por dentro tiene verdaderas instalaciones

Enfrente la Iglesia castillo de San Nicolás, donde oimos la misa del peregrino, con un público típico del camino; parroquianos del lugar con una mezcolanza sorprendente de peregrinos de aspectos y extracciones francamente diversas y que en algunos casos llegan a parecer de planetas muy lejanos a los de estos vecinos. Saludamos a una pareja de novios. Iñaki y Leire, que estudian arquitectura en la Universidad de Navarra y que nos volveremos a encontrar al dia siguiente llegando a Palas. Luego con las mujeres nos vamos de pinchos y cenamos con afan de reparación, de modo que, como nos pasará en todos los demás días, comeremos de más. En el bareto, donde todo esta bastante bueno, unos peregrinos han dejado un banderin del colegio del Prado, que a algunos nos retrotrae a tiempos ya algo lejanos.

Nos vamos pronto a la cama y por si acaso alguno se pone los tapones regalados la noche anterior por Renfe. Al menos yo esta noche si duermo bien. A las seis y veinte de la mañana parece que se despierta un cielo sin niebla que promete ser brillante.

A las siete menos cuarto comenzamos a caminar. Nos despedimos de la pensión Portomiño y cruzamos el pueblo, con su plaza y el busto del Conde de Fenosa, al que por lo que parece el pueblo le debe casi su supervivencia. Vamos a ir bajando hasta llegar a una pasarela por la bajamos a cruzar el rio que a un lado del pueblo lo separa de la tierra firme. Vamos subeidno por la orilla del rio y seguimos subiendo, después de perderlo de vista. El olor y los sonidos son ensoñadores y nos encontramos en mitad de algún paisaje sacado de un Belen, en mitad del musgo. Cuando llevamos una hora y no hay rastro de desayuno a la vista, las barritas que trae Pablo nos hacen recuperar el animo y evitarnos alguna pájara.

Pablo ha sido disciplinado y ha cumplido todos los consejos que le he dado para el Camino y, por tanto, viene provisto de todo lo necesario, que por cierto es bastante poco pero todo utilísimo. Yo precisamente he pecado de los contrario; como veterano resabiado no he seguido la mayoria de mis sabios consejos. A las dos horas de caminar llegamos a un sitio para desayunar y allí devoramos.