sábado, 4 de septiembre de 2010

Samos y Sarria y el bebe peregrino


Hoy, segundo y último dia, me levanto con ganas. La ducha aquí si cumple todos los requisitos de higiene e intensidad y me siento reconfortado. Aunque ya me conozco, no me hace gracia descubrir que se me olvidó poner a cargar la blackberry y decido dejarla enchufada mientras desayuno en el meson de enfrente, bastante mejor que ayer. Hago algo de tiempo para tener la Black en funcionamiento. Prefiero retrasarme unos minutos más; la experiencia del agosto pasado en el camino inglés, sin movil, a treinta y tantos grados, con sensación de desvalimiento, pánico al famoso golpe de calor –que me hizo tumbarme a ratos entre la maleza- y perdido sin rastro de gente ni civilización en unos cuantos kilómetros por delante, me hizo convencerme que no se sale sin el movil operativo. Los pies están bastante bien y no hay indicios de ningún principio de ampolla (las ampollas, como casi todo, se anuncian, aunque entonces ya no tienen remedio). A pesar de la caminata de ayer no estoy cansado. En el desayuno reafirmo mi primera idea de seguir por San Xil directo a Sarria, evitando la carretera, y pasar por Samos a la vuelta a Vega de Varcarce.

Son casi las ocho y media. La mañana es clara y no hace calor. Se camina rápido. La ruta sigue agradable y andarina. Me empiezo a encontrar peregrinos, con paso alegre, como siempre en las primeras horas, pero menos numerosos que ayer. Hay muchos que al final de Triacastella han tomado la salida a la izquierda para continuar por el trazado que pasa por Samos. Voy por un camino más amplio, aunque, a medida que te internas en el bosque gallego, se hacen más frecuentes y largos, los corredores de árboles, helechos y maleza entremezclados con las rocas. Te invade una especie de optimismo ensoñador. Estás en mitad de un cuento de hadas y te esperas encontrar en cualquier recodo, elfos, enanos, brujas o magos. De hecho, no me extraña cuando me topo con un cartel escrito a mano por The Alchemist que nos invita, en inglés y en castellano, a vivir la experiencia única y mágica del cristal vivo. Hay que apartarse algo del camino para vivir esa experiencia y no estamos para más excursiones que las justas, que hoy no incluyen las que llevan al mundo de la alquimia.

Después de pasar San Xil, llego al Alto de Riocabo y de allí el camino comienza a bajar. Por ahora más que caminantes he encontrado vacas, que pastan tranquilas sin prestarnos mucha atención. En cambio, yo si tengo que prestarles algo de atención. Bajo rápido por un pasillo estrecho, y a mi izquierda de repente una, en mitad de su desayuno, me estampa de pronto la parte posterior de su cuerpo. Me paro en seco y aprovecho para fotografiar a esta vaca ensimismada. En esto aparece una pareja de ciclistas, simpáticos y cansados por la bajada llena de obstáculos, raices y rocas, y ella cuenta que se ha comprado la bici hace dos semanas. Rodrigo, que es él, dice que es su bautismo de fuego pero que por ahora se está portando bien. Nos hacemos unas fotos con las vacas, despistadas aunque solemnes, y les veo perderse por el bosque.

El camino es personal y por eso mismo está plagado de declaraciones y mensajes personales. “En este punto del camino sufrimos un accidente el 2 del 7 de 2009. Queremos agradecer a los peregrinos que nos ayudaron con amor y calor (3-8-2010) Vicky y Julia”. Es la solidaridad del camino, de la que te encuentras muestras a cada paso. Ahora la ruta se abre y tengo una amplia perspectiva del paisaje iluminado por el sol que acompaña hoy también, con luz pero sin sofoco, como sin querer hacerse notar más de la cuenta. Cruzo una carretera y me encuentro con tres muchachas alemanas que llevan un MP4 en el que ponen el Saturday night y se ponen a bailar el baile de la canción, que fue tan famoso hace unos años. Yo me pongo a bailar con ellas un rato mientras seguimos andando. Nos despedimos con risas y las dejo atrás. Sobre las 10 y media llego a Casa do Franco, en Furela. Debo llevar algo más de diez kilómetros y dudo si seguir, pero el sitio está muy animado y tiene la mejor pinta. Aún mejor es la pinta de los bocadillos humeantes de jamón ibérico con tomate king-size, que salen marchando de la cocina. Se disiparon las dudas; es el sitio donde parar. Saludo al grupo de peregrinos y dos chicas de Albacete, que encontré ayer en la misa multicultural y en la cena de después, me dejan un asiento en su mesa. Unos cuantos perros sueltos las incomodan antes de que me ponga en marcha. Voy a buen ritmo y, en seguida, alcanzo un claro con una vista panorámica de Sarria, que con mucho es la población más importante de mi escapada. Llego a la oficina de información turística, cerca de la estación de tren que tiene un aspecto cotidiano y doméstico, muy distinto al misterioso que hasta ahora le habia conocido en la bruma de la madrugada. Mientras pido un taxi en la oficina, entra una pareja joven de ingleses que busca alojamiento, con dos carritos de bebé de tres ruedas. En uno llevan lógicamente una mochila, pero sorprendentemente del otro sacan un niño, de quince meses, como me cuenta su madre. “The youngest pilgrim”.

Son algo más de las doce y media y doy por concluido –interrumpido- el camino por ahora. Mi taxista Luis ha sido camionero y conoce toda España. Aunque llego a Samos sobre la una menos cuarto y el horario de visita es hasta la una, me dicen que el último grupo de visitantes ya ha salido y que ya veré los claustros en una tarde, que no será la de hoy, en otra ocasión, que no sabemos si llegara, o, quien sabe! en la otra vida. Abren la Iglesia, barroca y amplia, para una boda y aprovecho a echar una mirada. Después de tanta expectación, me parece que tampoco es San Pedro. De todas formas el conjunto es monumental. Fue fundado en el siglo sexto y ha sido incendiado y reconstruido al menos dos veces. La última en el siglo pasado. Tiene por tanto un aspecto nuevo y cuidado que despista de la talla histórica del sitio.


Al lado hay una ermita del siglo X, pegada a un río con puentes y miradores. Al parecer también debería estar abierta según el cartel pero no hay suerte. Miro por un ventanuco a la figura medieval que hay en el injerior; parece que el interior resulta menos interesante que el exterior; lo que pasa mucho con bastantes iglesias, muchos edificios y, lamentablemente, demasiadas personas.

El paisaje es espectacular. Se esta tan bien que entiendo que los peregrinos se desvíen para parar a pernoctar aquí.

Vuelvo a Vega de Valcarce donde me espera mi coche, que sigue en el mismo sitio y con el mismo aspecto, y el mismísimo Señor Fernandez asomado a una ventana de su pensión. Me despido y le hago una foto. Vuelvo al mismo sitio donde cené, me atiende la misma mesonera que me ofrece la carne de ternera asada que está aun mejor que la otra noche. Hace un sol espléndido en la terraza del mesón. A las tres salgo para Madrid, después de comprar algo de vino del Bierzo, membrillo, castañas y nueces. Vuelvo eufórico y agradecido. Javier