viernes, 21 de mayo de 2010

Los Beatles en la Torre de Esteban Hambran







Una mañana radiante de un sábado de este mes de mayo, que nos ha dado una de cal y unas cuantas de arena, nos hemos ido a un pueblo coqueto que se llama La torre de Esteban Hambrán, de Toledo aunque en la carretera de Extremadura, donde tiene casa solariega una familia que se hace querer, y donde se bebe todo un vinazo, con cuerpo y personalidad, el Alonso Cuesta, D.O. Méntrida. Esteban y Hambran al parecer son dos señores distintos. Uno el moro que vivía antes y otro el castellano que lo sustituyó.
El día era el de la fiesta de la Virgen de Linares. Al parecer esta virgen era patrona de este pueblo y del de al lado, que disputaban entre si. Finalmente la Virgen se decidió por la Torre debido a que los de este pueblo batieron en justo duelo a los vecinos tirando de una cuerda; la Virgen, como madre, siempre se preocupa más de los más brutos.
Paseo por las viñas y el campo. Estupenda comida y sol en la terraza en donde un grupo de buenos amigos recuerdan las fiestas y las bodas, aquellas preguntas de primerizos y consejos inocentes. Por fin, una vez llegada la Virgen a la Iglesia parroquial, casi catedralicia, y celebrados los actos propios en la plaza, nos vamos a la fuente vieja. Antes en la habitación de los sombreros los sacamos todos -los hay de todos los sitios y épocas- y nos hacemos un montón de fotos que algún día nos arrancarán una sonrisa de nostalgia.
Son las ocho de la tarde, la explanada está rebosante de gente con todo el pueblo vestido de domingo y la banda municipal nos recibe con un inesperado y sentido Michelle, que me emociona, que continua con el irremediable Yesterday y un más pachanguero Obladi Odlada, que siempre me hizo desconfiar de Paul como compositor, a pesar de todo, mientras que Blanca, exultante, saca a bailar a los mozos del pueblo y Juan, en su salsa, nos presenta a sus fuerzas vivas. El que más y el que menos sigue el ritmo con los pies, con una caña en la mano, y yo recuerdo tantas fiestas con tantos Beatles en cada pueblo.
La noche siguió de bar en bar, hasta que ya a la una y media, ya en la casa de nuestros amigos, en el fragor de la ensalada, se me ocurrió ponerme a cortar tomate con un cuchillo más propio de Psicosis y me rebané el dedo gordo de la mano izquierda con el susto inicial pero también el regocijo de la concurrencia. Aunque pudo haber dudas sobre llevarme a urgencias, al final la hemorragia se cortó; de ésta no me he muerto.
Me corrige en su comentario Miriam, que me salvó el dedo apretandolo con el filtro de varios cigarrillos (para que luego digan que fumar es tan malo). Según ella, nadie se rió del corte, aunque me recuerda que el regodeo se debió a mi ulterior ataque de hipo que sirvió como fin de fiesta. El hipo está en un alto puesto, dentro de las humillaciones humanas, quizás justo después de la pérdida de los galones, que arrancaban de la guerrera del oficial traidor en las peliculas de indios. En fin, en mi crónica inicial había omitido la parte final menos vistosa.

En mi vida, como en la de tantos conciudadanos, las fiestas de los pueblos han sido siempre una ocasión repetida cada año de hacer alguna locura, cambiar el ritmo –a más- hacer el macarra con los amigotes, disfrutar y, según el momento y la situación, ligar con las vecinas o, mejor, con las foráneas, aunque yo como foráneo estaba cómodo con ambas.
En las fiestas vivías una libertad inevitable y casi náufraga, por el mismo hecho de que ningún control familiar era eficaz: estábamos de fiestas y sólo se sabía que acababan tres o cuatro días después, un domingo por la tarde, y que seguramente era mejor no preguntar hasta el lunes al mediodía.
Recuerdo una vez que, al volver de las fiestas de Cercedilla, a las que íbamos todos los años invitados por Alberto, llegué a dormir del domingo a las doce de la mañana al lunes a las ocho, sin interrupción. Eran tiempos felices en los que uno podía recuperar así el sueño que faltaba de los días anteriores. En una de esas noches Luís - un amigo del Colegio que acabo de volver a ver treinta años después- y yo juntamos todos nuestros ahorros, doscientas pesetas, y joviales compramos lo que nos dieron en la licorería; una botella de vermut y otra de moscatel, que nos apretamos sin piedad a lo largo de esa noche. Durante muchos años no he vuelto a probar tales brebajes y ahora los tolero no sin cierta aprensión.
Todo era poco. Los amigos, las amigas, las bromas, la explosión de alegría, seguramente ficticia pero desde luego efectiva, se producían ininterrumpidamente en unos días fugaces pero inolvidables.
En fin, muchas aventuras, bastantes memorables, algunas de las que no estar tan orgulloso.
En cualquier caso, las fiestas se llenaban de chicas, bandas de música y grupos de rock, y de amigos ocasionales, entre los que algunos avanzaban por el mal camino y del pegamento ya habían pasado ese año a sustancias menos benévolas. Pero siempre había un momento para all my loving o let it be.
En una vida sin sueño, los Beatles han sido una y otra vez la banda sonora de tantas ilusiones.
Los Beatles eran nuestro sueño adolescente, del que algunos, por momentos, no nos hemos despertado. En fin, una vida sin ilusiones, no es vida, no?
Abrazos
Javier

domingo, 16 de mayo de 2010

Seattle en el Clamores

Clamores es uno de esos templos de Madrid, por la zona de Bilbao, por donde hace muchos años algunos hemos pasado muchas noches de música. Uno de esos sitios que dan caché al historial de un grupo.
Desde hace meses sabíamos que ibamos a tocar el 17 de mayo, que por fin ha llegado y, nada más y nada menos que para tocar en esa sala.
La formación del grupo es algo atípica, Jose y Ricardo están fuera por trabajo, en Polonia (aunque en sitios muy distintos). Quico se pone al frente de la banda y se nos une Tony be good a la batería y un músico como Alex, al piano.
En fin, esta tiene toda la pinta de ser otra gran noche de rock and roll.
Javier