jueves, 24 de junio de 2010

Ha muerto Gardel

Bueno,… ha muerto Carlos Gardel hace 75 años, pero … si 20 años son nada, 75 son … casi nada. Murió en un accidente de avión, esta vez en Medellín, en una gira como otros tantos grandes como el mismo Buddy Holly, sobre cuya muerte ya hablamos largamente en este blog. Y como con todos los grandes, se especuló con que no había muerto sino que se había quedado desfigurado y no había querido volver a aparecer. Tampoco su nacimiento está muy claro; según el mismo, nació en Buenos Aires, pero cuando nació … ya tenía dos años. Todo muy raro.

Como rockista irredento descubrí a Gardel en las alegres comitivas de Sigüenza en las que mi célebre amigo Miguel, con su hermano Carlos, emulaban sus éxitos, con un acento argentino potenciado por la uva macabeo y por otros derivados de esa o de otras uvas. Recien llegabamos del COU y Gardel iluminó una fase ochentera de confusión musical en la que algunos vivimos entre los programas de la Edad de Oro, en la que me entrevistaban, y el Rockola.

Después, ya en los noventa, en un viaje de trabajo a Buenos Aires, Gardel me llevó por la Recoleta y la calle Corrientes. Era fin de febrero y el verano de allá se les estaba anaranjando. Buenos Aires era, y seguramente es, la gran ciudad del mundo a la que hay que huir y Buenos Aires es … Gardel … y también todas esas mujeres que se te cruzan en sus calles y a las que él cantó.

En esos días, Maradona acababa de llegar de algún viaje y había desaparecido de pronto, ante la consternación nacional. El desconsuelo tuvo su alivio cuando el mito fue descubierto, y también cogido, en el más puro sentido argentino del término, en un hotel cohabitando con quien no se esperaba, si es que quedaba ya algo que no se esperara de él.

En algún momento de aquella época, un cantante de apellido Iglesias, vendía un disco de tangos en el que acometía las canciones del genial cantante. Sin dudarlo, nuestro pequeño grupo de devotos concluyó que el plástico de tal subalterno demostraba lo que ya sabíamos; el tango era –es- un género inmortal; si sobrevivió a Julio Iglesias, no hay plaga ni catástrofe que pueda con él.

En ese viaje me escapé yo sólo a Iguazu, lleno de cascadas y de parejas de novios. En todo el avión el único suelto era yo, y ya en el mísero aeropuerto, a mi me llegaron todas las ofertas que el paraje ofrecía y que se descomponía en un álbum de rubias, otro de negras o incluso de otras razas, reservado para turistas indecisos y que también me enseñaron al ver que titubeaba. Les explique que, aunque les sorprendiera, en realidad yo había ido a Iguazú por ser una maravilla de la naturaleza y no tanto por otras razones por contundentes que pudieran ser, y que ante una oferta sin duda tan amplia, si llegara a decidirme ya avisaría en el hotel, donde, según me dijeron, tenían los mismos folletos.
El taxista Hector insinuó parecidas propuestas que no atendí, me dio su tarjeta, me llevó a su casa y me contó su vida entera: Acababa de jubilarse de una empresa estatal y le habían pagado su jubilación en unos patacones o pagarés que serían pagaderos en un futuro incierto, probablemente después de que él y su mujer murieran: Había vuelto a su pueblo y tenía un taxi. De todas maneras, lo peor era que su hija estaba estudiando Derecho, en lo que habían puesto todos sus ahorros y esperanzas, y que un boludo canalla le había convencido para que abandonara la carrera a la mitad y se fuera con él. Trate de consolar a mi amigo Hector y le prometí que si volvía le llamaria desde España para que me recogiera de Buenos Aires. Dios ahoga pero no aprieta o al revés.

En cualquier caso y sin perjuicio de que se me cayera una lentilla desde un helicóptero, en mitad de la garganta del diablo, la experiencia fue única. Esa noche cené con una pareja de argentinos en viaje de novios; ella era bastante guapa; ella me dio la mano y él dos besos; están locos estos tipos. Compré como treinta postales para tener algo en que ocuparme esa noche y olvidar tantas ofertas del día y en mitad de la escritura se fue la luz y, con ella, la inspiración.

En fin, los japoneses querían comprar todas las canciones de Gardel y digitalizarlas y remasterízalas y seguramente pasteurizarlas, pero yo ya tenía todas esas versiones añejas, queridas y sentimentales.

Carlos Gardel…

Lo único fijo es que …cada día cantas mejor.

Abrazos Javier