viernes, 15 de julio de 2011

Gin and Rock Summer Festival

Ayer jueves fue sin duda un gran y largo jueves que empezó muy pronto y tuvo todo tipo de reuniones, trabajos y celebraciones y que, después de un coctel junto a la Embajada de Francia, lleno de chicas glamourosas, terminó en el Gin & Rock Summer Festival en Mirasierra, convocado por el Barre y músicos y aficionados del mundo inicialmente del seguro y, a medida que se ha ampliado el circulo, diversos locos de sectores colaterales.
Todo empezó cuando mi amigo Barre comentó con un grupo de amigos las comidas que celebrábamos para contarnos nuestros descubrimientos musicales y hacer despiadada crítica musical. Siempre hablamos más de canciones concretas que de álbumes y lo nuevo no está circunscrito a las últimas novedades: Puede que algo nuevo sea una canción de The Triffids, The Drivers, los americanos Felt (no confundir) o los Silver Apples.
La convocatoria era tan sugestiva; descubrir canciones oscuras, tocar algo y libar algo más, con ese nombre Gin & Rock Summer party, que finalmente abandoné mi plan inicial de ir a ZZ Top, que ya se que estuvieron magníficos!, y me uní a la fiesta. En fin, que el día de la toma de la Bastilla, con participación de Adidas, una amiga cantante francesa y diversos músicos y cantantes, nos reunimos con unas guitarras, un órgano y algo de percusión para hacer unas cuantas risas regadas por diversos gin tonics ingeniosos pero siempre brillantes que nos servían algunos barmen.
Ante el éxito de la convocatoria, con bastante peña entregada y amplia presencia femenina, nada habitual en estas reuniones de melómanos, la fiesta Gin & Rock parece que se va a repetir en todas las estaciones; la próxima ya está fijada es en otoño, y sin esperar ni un día, nada más empezar el otoño, el 22 de septiembre.
De esta jornada me llevo a los Comet gain, oscuro grupo inglés de guitarras que nos presentó el mítico Izus. Después mi amigo Juan Pablo y yo pasamos por la sobremesa de la cena de mi clase; para terminar con ellos las diversas celebraciones
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martes, 12 de julio de 2011

Wynton Marsalis en los veranos de la Villa

Wynton nació, como parece que tenía que ser, en New Orleans. Va a hacer cincuenta años en octubre. Uno de los grandes del jazz contemporáneo, por ser precisamente el defensor del swing clásico, frente a toda esa moda que hace cuarenta años trató de llevarlo de la vanguardia a la fusión, y con tanta fusión, a la confusión de más de uno. Alli estuvimos nosotros en los primeros noventa una semana y estuvimos en un concierto memorable de bebop, de una banda de ancianos músicos emocionados, en un antiquísimo Celebration Hall, donde se cuenta que se dieron los primeros conciertos de jazz en los años veinte. Su padre, Ellis, pianista de jazz, lo introdujo en la música clásica y en el jazz, como a sus dos hermanos, y le compró una trompeta con seis años (eran otros tiempos, seguramente hoy los vecinos los hubieran echado del barrio o su mujer le hubiera quitado la patriapotestad). Pronto demuestra su virtuosismo y empieza a tocar en bandas. En los ochenta es ya muy conocido como trompetista, defensor de Duke Ellington o Miles Davis. Aunque uno está a favor de la buena música en general y por tanto de los grandes del jazz en particular, la verdad es que cuando mi amigo Felipe me contó que tenemos dos entradas para Wynton, tuve un momento interior de vacilación. Al fin nos encaminamos al escenario de la puerta del Angel, sitio privilegiado para conciertos en noches de verano, y con una vista espectacular del Palacio Real iluminado. Aprovisionados de cerveza para todo el concierto, la banda apareció uniformada y empezó sin más dilación con un clásico de Duke Ellington, I let a song go out of my heart. Y en seguida The tree of freedom, música clásica de uno de sus últimos discos.
El virtuosismo omnipresente, el orden de gran banda de jazz de los cuarenta, los muros de trompetas y los solos de los quince músicos. La sorpresa por los milimétricos cambios de ritmos. La eficacia de unas interpretaciones que parecen -que son- imposibles de mejorar. El sonido perfecto de los instrumentos; los vientos, la percusión, hasta una pandereta que nunca sonó mejor, el contrabajo. Me sentía por momentos retrotraído al Celebration Hall de New Orleans.
Casi todas las piezas estaban arregladas por Wynton o por los músicos de su banda. Parece mentira que no hiciera falta ni una mirada entre ellos: tocan muy juntos como formando un único cuerpo. No se trata de que suenen empastados; suenan como si solo tocara uno. Nos introducen en otras músicas, hasta una de uno de los músicos de la banda que suena casi experimental. Sigue una canción cantada por uno de los músicos, a los que presenta una y otra vez. Vuelven por Chick Corea, una pieza deliciosa que suena a son cubano, o Thelonious Monk y más tarde otra vez Duke Ellington.
Hubo hasta un bis, con el público entregado, con piano, percusión, y tres vientos, uno Wynton, para empezar con rock around the clock, y seguir tocando y cantando ese clasico de New Orleans de all the girls are crazy about the way I walk. Una gran noche.
javier