martes, 12 de julio de 2011

Wynton Marsalis en los veranos de la Villa

Wynton nació, como parece que tenía que ser, en New Orleans. Va a hacer cincuenta años en octubre. Uno de los grandes del jazz contemporáneo, por ser precisamente el defensor del swing clásico, frente a toda esa moda que hace cuarenta años trató de llevarlo de la vanguardia a la fusión, y con tanta fusión, a la confusión de más de uno. Alli estuvimos nosotros en los primeros noventa una semana y estuvimos en un concierto memorable de bebop, de una banda de ancianos músicos emocionados, en un antiquísimo Celebration Hall, donde se cuenta que se dieron los primeros conciertos de jazz en los años veinte. Su padre, Ellis, pianista de jazz, lo introdujo en la música clásica y en el jazz, como a sus dos hermanos, y le compró una trompeta con seis años (eran otros tiempos, seguramente hoy los vecinos los hubieran echado del barrio o su mujer le hubiera quitado la patriapotestad). Pronto demuestra su virtuosismo y empieza a tocar en bandas. En los ochenta es ya muy conocido como trompetista, defensor de Duke Ellington o Miles Davis. Aunque uno está a favor de la buena música en general y por tanto de los grandes del jazz en particular, la verdad es que cuando mi amigo Felipe me contó que tenemos dos entradas para Wynton, tuve un momento interior de vacilación. Al fin nos encaminamos al escenario de la puerta del Angel, sitio privilegiado para conciertos en noches de verano, y con una vista espectacular del Palacio Real iluminado. Aprovisionados de cerveza para todo el concierto, la banda apareció uniformada y empezó sin más dilación con un clásico de Duke Ellington, I let a song go out of my heart. Y en seguida The tree of freedom, música clásica de uno de sus últimos discos.
El virtuosismo omnipresente, el orden de gran banda de jazz de los cuarenta, los muros de trompetas y los solos de los quince músicos. La sorpresa por los milimétricos cambios de ritmos. La eficacia de unas interpretaciones que parecen -que son- imposibles de mejorar. El sonido perfecto de los instrumentos; los vientos, la percusión, hasta una pandereta que nunca sonó mejor, el contrabajo. Me sentía por momentos retrotraído al Celebration Hall de New Orleans.
Casi todas las piezas estaban arregladas por Wynton o por los músicos de su banda. Parece mentira que no hiciera falta ni una mirada entre ellos: tocan muy juntos como formando un único cuerpo. No se trata de que suenen empastados; suenan como si solo tocara uno. Nos introducen en otras músicas, hasta una de uno de los músicos de la banda que suena casi experimental. Sigue una canción cantada por uno de los músicos, a los que presenta una y otra vez. Vuelven por Chick Corea, una pieza deliciosa que suena a son cubano, o Thelonious Monk y más tarde otra vez Duke Ellington.
Hubo hasta un bis, con el público entregado, con piano, percusión, y tres vientos, uno Wynton, para empezar con rock around the clock, y seguir tocando y cantando ese clasico de New Orleans de all the girls are crazy about the way I walk. Una gran noche.
javier

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