miércoles, 30 de marzo de 2011

historias de taxis

Los taxis son necesarios, vitales, no podemos vivir sin ellos -como peatones- ni posiblemente con ellos -como conductores. Incluso, como está todo, ya ni siquiera son tan caros.
Esta mañana salía volando de la Bolsa y cogí un taxi que enfiló raudo Alcalá y Velazquez mientras mi conductor ponía a caldo al alcalde y defendía la gestión del anterior, luego seguía ferozmente contra el límite de los ciento diez kilómetros por hora y la voracidad recaudatoria que nos atosiga. A duras penas salí del taxi mientras mi conductor iniciaba un panegírico de una política en activo... por fin pude cerrar su puerta y, a continuación, en los segundos siguientes sentí que me había dejado la blackberry, que es algo así como que te hubieran cortado el cordón umbilical, dentro de mi taxi que huía Velazquez arriba. La subida en el ascensor me sirvió para dedicarme algunas de esas recriminaciones que uno debería reservarse a si mismo. Oh si! Menos mal que me había dado un recibo, que traía el número de licencia! Varias llamadas de teléfono a gremiales del taxi después, por fin, Jose Luis, el taxista, me entregaba la black y el número de su móvil para alguna emergencia, en el mismo sitio en el que me había dejado veinte minutos antes.

Recuerdo que en la esquina de Bailen y Mayor cogí con cierta frecuencia algún taxi y llegué a repetir el mismo por casualidad en un intervalo de unos meses; con la sorpresa de que te digan: yo a usted ya le he llevado!

También me sorprendió que, al decir la dirección de mi destino, el taxista me preguntara si conocía a un primo suyo... que resultaba que estaba y está sentado en un despacho al lado del mío... y me pidiera que le diera recuerdos de su primo Manolón. O encontrar a un antiguo metre experto en cocteles, que te hace instantáneo el trayecto entre el aeropuerto y tu casa. Tanto, que me dio pena despedirme.

Y otro que me llevó después de un dia complicadísimo a Barajas, con el Led Zeppelin IV a todo volumen, que me hizo recuperar la esperanza en el viaje que iba a emprender para hacer el camino de Santiago inglés.

El taxista de hace unos dias tenia en el taxi toda la discografía de Pink Floyd. Aprovechamos para recordar a Roger Waters y sus compinches, y comentar su reciente concierto en Madrid. Aunque estaba empeñado en que Time estaba en The wall, y no quise insistir en el The dark side of the moon.

Nunca se me olvidará el taxista que me acompaño en Iguazú y que se llamaba Hector, que llegó a enseñarme su casa. Había estado trabajando en los ferrocarriles argentinos, se había jubilado y le habían pagado su pensión en patacones, pagaderos seguramente después de que él, su mujer y su hija hubieran muerto...

Visto lo visto y con el fin de no anticipar su muerte por inanición, mi amigo Hector tomó el taxi, y hablando de su hija, me contó lo que más le dolía. Al parecer la mina estaba estudiando para abogado, un trabajo muy digno según me dijo él, pero un boludo la había convencido para estudiar algo así como sociología, se había ido a vivir con ese mismo boludo... y finalmente había abandonado sus estudios, cuyo estipendio, por cierto, había contribuido no poco a la insolvencia actual del antiguo ferroviario... Después de darle un mensaje de esperanza y de no aceptar que me llevara a un lugar muy "exclusivo" para pasar la noche, ofreciendose a esperarme dormitando en el taxi, me dio su tarjeta y quedamos en que si volvía a la Argentina, le llamara desde España para que me pudiera recoger del aeropuerto de Buenos Aires y llevarme de vuelta a Iguazú. Gran tipo.

El habitual de nuestros muchos viajes por Panamá se hizo casi imprescindible. Hasta nos llevó a comprar ropa a un almacén muy popular llamado algo así como Abisinio, donde él hacía sus compras, cuando nos perdieron las maletas en el vuelo. También nos llevó a una playa muy cerca de la capital reservada a la policía y que estaba medio contaminada. En algún momento me presentó a su mujer o novia. Otros por allí pitaban a todas las chicas que pasaban por la calle y te contaban sus ajetreadas vidas amorosas.

En fin, ha habido infinidad de canciones sobre taxis y taxistas, pero quiero recordar en especial esa joyita de Joni Mitchell llamada Big yellow car, de 1970. Gran canción.

Hay también un apartado en mi vida que tiene que ver con alguna disparidad de pareceres con los taxistas en lo que se refiere al tráfico, pero esa parte la dejamos para otra vez, menos agradecida. Un abrazo. Javier