lunes, 11 de octubre de 2010

Solomon Burke, a Dios rogando y con el mazo dando

Mientras trato de ponerme a terminar alguna cosa para el blog, sin llegar a centrarme en el lio de trabajo, el ajetreo diario y una especie de despiste que sigue al verano, me entero de que el bueno de Solomon Burke, enorme cantante de soul, aunque también de country, predicador y padre, se ha muerto en mitad de un vuelo a Amsterdam.
No ha sido uno de esos inmensos músicos como Sam Cooke, ni ha creado una escuela o ha cambiado la historia de la música negra, ni siquiera recuerdo ahora que hayan usado canciones suyas para algún anuncio (que es el nivel básico para pasar la historia), aunque es uno de los más grandes interpretes (versión de Proud Mary) que hemos tenido, con capacidad para ponerte la carne de gallina.
Para muchos de nosotros hasta el nombre ha dado lugar a algún despiste. Cuando, hace ya un montón de tiempo, lo escuche en un programa monográfico de esos de Radio 3, creí que se llamaba Salomon y estuve husmeando varias semanas sin encontrar nada con ese nombre. Este Solomon no tiene que ver demasiado, al menos no manifiestamente, con el sabio Salomon de la Biblia. Tuvo algún éxito como el famoso Every body needs Somebody to Love que tocaron los Stones y Wilson Pickett, o el achicharrante Cry to me, que se incluyó en la banda sonora de una película muy conocida de chicos y chicas bailones (la pelicula Dirty dancing era infumable pero su banda sonora, muy sesentera, estaba muy cuidada).
Lo perdí en alguna parte de los noventa, pero en el 2002 me impresionó su disco Don't Give Up On Me, en el que participan el gran Elvis Costello, Tom Waits y otros tantos mitos. Ese disco me ha acompañado a lo largo de estos últimos años y, sin saber muy bien por que, estos últimos días lo he estado poniendo en casa. Es música reparadora para noches desapacibles, precisamente lo que uno necesita cuando se da cuenta de que por fin el verano se ha acabado y las madres y los más ordenados hacen el cambio de ropa de verano por la de invierno. Es uno de los discos fundamentales de la banda sonora de todos estos años. La entrada del disco es majestuosa: me quedo quieto y me quito el sombrero. Discos como éste no se pueden escuchar mientras uno se afeita o hace una paella; un respeto, es Solomon.
Era predicador en Filadelfia y entre canción y canción, y discurso y discurso, tuvo, por lo que se ve, bastante tiempo para el amor. En fin ha dejado veintiún hijos, de los que catorce son niñas, que también han sido bastante dados al roce fructífero; deja noventa nietos y hasta veinte biznietos. Todo un ejemplo de, si se me permite, el dicho de A Dios rogando y con el mazo dando.