lunes, 30 de marzo de 2009

A San Pedro de Rozadas; montañas y molinos

A las siete y poco, después de una noche en la que me he movido un poco porque no he llegado a estar cómodo en el saco, me levanto rápido. A las siete y veinte levanto a Javi por el procedimiento del tirón y nos bajamos a desayunar donde Garri y el padre Blas ya están en plena conversación en la cocina. Están haciendo café en una de esas cafeteras italianas de toda la vida, y ésta tiene pinta de ser de verdad de toda la vida por lo inestable que resulta cuando te sirves. La charla se anima a esa hora tan temprana. Blas me cuenta que ha estado hablando con la pareja de ayer hasta la una y media y, bueno, no duerme mucho, pero, qué puede hacer? Me cuenta sus planes para la peregrinación que van a hacer este verano con carros y burros a Roma desde Asis y la romeria de treinte kilómetros que ha organizado el sábado de Pascua. Le dejamos casi todo el dimero que llevamos (que es poco), confiando en que la famosa superbancarización nos depare varios cajeros automáticos, sucursales, oficinas de representación bancaria y seguramente hasta banca de inversión, a lo largo del camino. Luego nos convenceremos de que, al menos en la ruta de la plata la bancarización es un mito: el dinero es siempre metálico.
Garri se va en coche a San Pedro de Rozados y nos encontraremos más o menos a la mitad. Luego será más bien bastante más. Blas propone que nos veamos en el pico del aguila, creo que se llama.
A las ocho y cuarto empezamos a caminar por un sendero con las montañas nevadas de la Sierra de Bejar a la espalda. El cielo está limpio, hace sol y viento frio. Vamos rápido, como con prisa. El paisaje es inmenso y emocionante, charlamos de todo, y no sólo de rock y sus derivaciones –casi todas, salvo el death, poco interesantes para Javi, aunque yo tengo fe en el ser humano, incluso en mi hijo-. El suelo húmedo a veces nos moja las zapatillas que llevamos (de larga travesia del Decathlon). En algun momento, como ayer, tenemos que salvar zonas de aguas, saltando entre piedras. Nos encontramos unos cuantos miliarios. Luego empezarán a aparecer cruces de tiempo en tiempo; son altas y simplísimas. Nos metemos en un coto de caza, que no será el último y vamos cruzando fincas, para lo que hay que abrir las cercas, algunas con alambradas de pinchos y alto riesgo de cortarse.
Empezamos a subir, llegamos hasta el pico al que se refería el padre Blas y que está coronado con una serie en lineas discontínuas de molinos. A lo lejos, en el camino de ayer o durante la mayor parte del de hoy sus aspas no impresionaban, pero aqui, ya muy cerca, nos parecen gigantescos.
Arriba, a las tres horas y media de subir paramos para tomar lo poco que tenemos. Apenas llevo el agua que nos quedó de ayer -la raciono para Javi-y ahora si que hace calor: nos sentamos a mirar el paisaje que es impactante. Tomamos unas barritas de cereales que ví en la cola de la caja del Decathlon y que providencialmente compré por si acaso antes de salir.
Acostumbrado al camino en Galicia, donde hay un bar, o una aldea con bar, detrás casi de cada árbol, aquí las distancias se hacen sin ver ni otros caminantes ni ningún otro ser humano, lo que no hace ninguna falta. Tampoco encuentras lugar alguno donde repostar, y eso en cambio si es preocupante, sobre todo si no lo has previsto, como lógicamente era mi caso.
Después de lo que nos parecen ocho o nueve kilómetros de subida, empezamos a bajar abrutamente. Lo peor es que el terreno sigue siendo muy desigual y hay que tener cuidado para no torcerse un tobillo. Precisamente Javi se queja un poco porque se ha hecho daño al subir. Estamos rodeados de almendros y robles, y el bosque tiene aspecto mágico. Ahora de pronto, nos hemos metido en un cuento de hadas. Algo más abajo nos encontramos con una carretera sin tráfico y detrás de un recodo a Garri caminando hacía nosotros. Paramos, Javi se bebe lo que queda de agua y celebramos el reencuentro.
Nos quedan como diez kilómetros para completar los veintiocho de hoy. Sobre todo nos quedan muchos cerdos que vemos en el camino y que sorprendentemente atraen el interés de mis compañeros, también vacas y toros, bastante grandes. Lo que nos queda por encima de todo es una conversación de unas dos horas y pico, entre Garri y Javi sobre los Reyes de España y fechas de su reinado y luego otro set de preguntas sobre geografía. Cuando nos quedan unos cuarenta minutos su conversación flaquea y entonces tomo el relevo y les animo contándoles la construcción del tren transistmíco y luego del Canal de Panamá y termino con la revolución de los panameños contra Colombia, con el oportuno apoyo de los yankees, y la independencia de Panamá. El final está siendo duro y el sol no perdona. Luego cuando voy a tener que empezar a hablarles del sistema de pensiones de las enfermeras de Panamá y de los pilotos del Canal, temas que también conozco pero de mucho menos interés cinematográfico, afortunadamente sale a la derecha una bifurcación de la carretera y se anuncia San Pedro de Rozados.
Llegamos sobre las tres y media; llevamos caminando como siete horas y media, y a buen ritmo.
Buscamos el albergue el Miliario. En la casa de enfrente vive su dueña, Nuria, hospitalera con la que hablé el martes y me aseguró que tendríamos sitio. Para eso tuvo el detalle, muy de agradecer cuando eres un mero caminante sin techo, de avisar de nuestra llegada a Manuela (el albergue de Blas tiene un número alto aunque seguramente indefinido de sitios para dormir).
Después de conseguir pan, para lo que tuvimos que sacar de su casa a la panadera, Nuria nos puso una mesa en su jardin y nos sacó agua y vino. El vino nos lo regaló y, aparte de que en ese momento me supo a gloria, tenía un nombre inolvidable; Orgasmus, que embotella el dueño de un bar en Salamanca que se llama Erasmus. Al parecer, entre esos dos conceptos hay más que una mera similitud fonética. Al menos eso piensa ese bodeguero y mi primo Santi de Sevilla. Después de comer, Javi se metió en la litera y durmió de cinco a ocho. Garri y yo nos metimos en una misa del peregrino, que esta vez era de un entierro. Después Garri se fue a Madrid -no había sitio donde tocar la guitarra- y después de una ducha y una siestecita, desperté a Javi y terminamos de comernos el embutido que llevabamos. Nuría me contó como había llegado a este pueblo y se habia metido en el mundo de los albergues (es presidenta de la asociación). Me habló de la gente que ha conocido aquí. Luego casi se le quema la casa con el fuego que tenía encendido, pero al fin fue sólo un susto. La verdad es que una parte fundamental del encanto del camino es la buena gente que te vas encontrando en tantos sitios. Muchas gracias.
Muy pronto, como a las diez y cuarto, Javi y yo nos vamos a dormir: ha sido un dia largo y mañana hay que levantarse pronto.

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