domingo, 31 de enero de 2010

siempre hay tiempo.... para aprender


Un día 1 de enero, unos cuantos amigos, que se descomponían en recientes abogados del estado, médicos y enfermeras entusiastas, Inma y yo, nos fuimos a Granada a esquiar y enredar un poco, comandados por Paco, ilustre MIR y granadino al menos de adopción.
Llegamos a Sierra Nevada y resultó que todos ellos, hasta entonces gente sencilla, de repente, se habían transformado en avezados esquiadores que hacían pistas negras con doble tirabuzón y eslalons gigantes o así....

A mí, mi amigo Luis me había dejado un mono de esquiar de un hermano vegetariano, que era precisamente la mitad que yo. Era la época en la que se esquiaba con una especie de mallot que se te ajustaba, como el de los ciclistas pero más grueso. Con el fin de no ser considerado una especie de exhibicionista, me puse un jersey por encima que alcanzara a cubrir las partes que el mono mostraba de forma menos pudorosa. Nos hicimos unas cuantas fotos en las que brillaba nuestra voluntad decidida y entera disposición deportiva. Alquilé unos esquís que se me salían constantemente: después de las diez primeras caídas y a pesar de los bien intencionados consejos que me gritaban mis amigos desde las pistas, mis iniciales propósitos olímpicos habían empezado a resquebrajarse. Una hora después, con dolor en mi honra, pero mayor en mis huesos, devolvía esas tablas infernales y me encaminaba a mi afición más segura; irme de copas, esta vez a Granada.

Han pasado diecinueve años, Gus el bajista nos ha propuesto irnos con los niños a esquiar y ante el entusiasmo general y mi falta real de verdaderas buenas razones para no ir (concierto, fusión o ampliación de capital), hemos pasado cuatro días en Sierra Nevada, con un sol de justicia y una nieve en polvo fantástica (en opinión de los entendidos).

Básicamente he confirmado estos días que el esquí se caracteriza por que vas con un montón de gente a unas cabinas en las que te empotras, llevas todo tipo de cosas en las manos, unas botas con las que no puedes andar, guantes, gafas, esquis, bastones y cascos, y haces colas, y además pagas por todo eso una indecente cantidad de pasta....

Si, eso es todo verdad, pero lo más sobrecogedor es que yo, que hace un mes habría manifestado con gran paz que me moriría sin esquiar, he descubierto con admiración el deslizamiento sobre esos mecanismos (mucho más cómodos que hace años) la cuña, los giros y he llegado a atisbar lejanamente una cosa que se llama "el paralelo", gracias a un instructor italiano que cumple con todos los tópicos -de monitor de esquí y de italiano- y que al fin hoy nos ha explicado que esquiar es como hacer el amor...

En fin, todo ello me ha llevado además a resolver uno de mis temas pendientes: hoy en un mundo lleno de golfistas, es bastante difícil no serlo y encima no poder dar una razón suficiente: Decir que yo no juego al golf porque ... toco rock and roll, es peor que simplemente decir: no juego... porque soy asi de raro!
Pero ahora, por fin después de este ritual de iniciación, ya puedo decir:
no, yo no juego al golf;... yo es que esquío... (y a ver quien se atreve a poner algún pero)
abrazos
por cierto, hay música para esquiar (hablamos otro dia de ella) y para los paisajes helados e infinitos...

javier

1 comentario:

jomamaja dijo...

Sigue así que vas bien. Veo que te lo pasas genial