domingo, 23 de agosto de 2009

Una buena jornada al Hospital de Bruma

El camino desde Miño tiene una primera fase corta hasta Betanzos, otra de las poblaciones históricas de este camino. El camino sube mucho. Pasa por San Pantaleón das Viñas y San Martiño de Tiobre. La vista de la ria es esplédida; Otro día de sol y calor ¿adonde se han escondido las nubes en las rias altas?
No me voy a encontrar a nadie en todo el viaje. Además los peregrinos pasan una buena parte de la jornada visitando Betanzos, con su puente y, en seguida, sus plazas y sus iglesias de Santiago, San Francisco -especialmente majestuosa- y que tiene la tumba de Fernán Perez de Andrade y, al lado en la plaza, la de Santa María de Azogue. Desde que entro por el arco da ponte vella, me quedo más de media hora allí. Me acuerdo de que Victor me había advertido de que a partir de este momento el camino va de aldea en aldea. Por eso, antes de salir, me desvío unos metros para comprar en un supermercado.
Subo algo y el camino rural me lleva a Abegondo, cruzo un puente de Limiñon y llego a Meangos, donde parece que hay algo de vida. Hace calor y el sol reina encima de mi cabeza. En estos momentos, uno empieza a pensar en cual será la siguiente etapa. El destino previsto está todavía a algo menos de treinta kilómetros hasta Bruma, me parece un mundo. Quizás haya un sitio donde parar en Presedo: me animo con esa idea (totalmente falsa). Me pesa la urgencia de llegar a una bar, una tienda, .... o a alguién: si ... a alguién porque de pronto me doy cuenta de que desde la una y media no he visto a un parroquiano o peregrino. Sólo me he cruzado algunas vacas y algún caballo. Cruzo una pequeña carretera y de pronto veo un vehículo del Concello de Abegondo que se para y me da animos y comenta el calor vengativo que está haciendo (pero ningúna información salvo que hasta Leiro no hay ni una fuente ni nada para atender al peregrino). A las dos veo que no tengo bateria en el movil y empiezo a pensar en eso del golpe de calor. Después de una subida me tumbo a la sombra, tomo unos frutos secos y me quedo como quince minutos dormitando. Sigo por un camino amplio y veo una especie de boca de riego y me remojo. Tuerzo en una carretera en mitad de un valle, veo a lo lejos la iglesia de Loiro y al lado pegado a ella antes de llegar, un gran techado con unas mesas y asientos. Es una especie de apeadero del camino o un proyecto -boceto- de albergue. Encuentro una fuente y me siento feliz al descubrir un enchufe donde conectar el movil. Parece el sitio perfecto para quedarse: agua, sombra, un asiento de cemento donde echarse y red para cargar el teléfono. Falla la red: el enchufe no funciona y me da miedo ir sólo todo el camino sin teléfono movil. Mi gozo en un pozo.
En seguida, continúo por una carretera que parece que se llama calle Franco y de pronto veo una casa con una señora mayor en su jardín, a la que saludo. Le pregunto si le importaría dejarme cargar mi movil en su casa -y se lo doy- y le digo que yo me quedo fuera sentado debajo de un árbol. Ella me dice que pase y me siento en un sillón de su jardín. Me ofrece un café que yo agradezco de corazón. Es más, su marido, ya mayor y algo enfermo, es andaluz y por eso ella hace gazpacho. Desde luego es el mejor y único gazpacho de toda la zona. Me encanta, repito de gazpacho, que hace como lo hacía su suegra. Mi comida se concreta en dos tazas de gazpacho y dos cafes con aguardientes, que le trae su yerno. Aparece su marido Manolo. Ella me dice su nombre Piedad, le digo que ese nombre le queda que ni pintado.
Me dice que puedo quedarme en el colegio a dormir, que me pueden abrir, y que una señora me puede poner una palangana con agua con sal para los pies. Le puedo decir que voy de su parte. Estoy allí hasta las seis y media. Llamo al albergue de Bruma y me animo a seguir. Me quedan como quince kilómetros.
Sigo mi travesía; preciosa entre la fronda, con pasillos entre los arboles que forma un techo bajo el que camino y por el que a veces se cuelan los rayos del sol de la tarde. Voy llaneando durante un buen rato. Llego a una carretera y subo algo a la izquierda y llego al bar Julia, donde hay un perro y una señora mayor, que miran. De pronto el camino gira a la izquierda y la carretera empieza una subida muy empinada y larga. Miro el suelo y aprieto el paso. Bruma esta a casi 500 metros sobre el nivel del mar y empecé a 200 metros está mañana. La subida es la peor de todo el camino, sigo subiendo unos minutos sacando una fuerza que no creia que me quedaba. Las rodillas no me molestan, pero los pies ... ya me dolían en Miño. Voy por un camino luminoso y me dicen, una señora que me quedan dos kilómetros, poco después, un aldeano, sobre 7 kilómetros. No pregunto más. Un vecino me saluda y da agua y me dice que estuvo en el cuartel de ingeneros de Villaverde en Madrid. Me lo dice con la seguridad de que ese cuartel es conocido en todo el orbe y, desde luego, por todo Madrid, y yo por supuesto, así se lo aseguro.
Paso por enésima vez por encima de una autovía y en el camino sigo subiendo por un camino que dice algo así como parque de helicopteros de la Xunta. Sigo subiendo y me paso algúna señal. Son las nueve y pico de la tarde. El sol me ha estado dando directamente en los ojos (otra vez se me han olvidado las gafas de sol). Estoy desconcertado y llamo al albergue. Por fin me recoge Benigno a dos o tres kilómetros del albergue de Bruma, que él junto a su mujer, gestionan. Seguro y eficaz. Otro nombre que esta bien puesto. Benigno me da todo tipo de instrucciones. El albergue, que fue antes su casa, está limpio y cuidado. Meto los pies en un pequeño arroyo y los pies me escuecen horriblemente. Allí ceno con los compañeros a los que les han traido una cena en coche desde un restaurante. Me dan ensaladilla rusa, compartimos cena y tomamos unas cervezas. Son dos amigos uno de Ferrol y otro de Jerez, Jose y Norbe, y una pareja de Murcia. A las once me acuesto, ha sido un gran día,... y la verdad, una gran paliza. Javier

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