miércoles, 25 de marzo de 2009

En la ruta de la plata

El viernes 20 de marzo estoy aquí sentado en el suelo del zaguán del albergue-casa parroquial (la casa de la risa según Nuria) del padre Blas, en Fuenterroble de Salvatierra. Acaba de irse Garri a Guijuelo y son las cinco; cae el sol como si quisiera derrumbarse encima mía y trato de proteger mis ojos mientras escribo. Hace unos cuatro o cinco días cuando de pronto se me ocurrió que había que huir a algún sitio en la fiesta de San José, antes de que me volviera tarumba del todo. El martes 17 las previsiones del tiempo eran buenas. Me acordé de que Javi y yo teníamos pendiente un camino que muy bien podíamos hacer estos días. Una especie de iniciación de un hijo, con trazas de roquero y caminante como su padre. La iniciación bien podía ser en la vía de la plata, de Bejar a Salamanca, que me recomendó mucho Juan, escritor, caminante, fotógrafo y corresponsal en sitios extraños, del que me hice amigo en el camino portugués el verano pasado, caminando hacia Redondela. Es muy bonita, transitable, con poca carretera y menos ajetreo, me dijo. A Javi le encantó la idea (le pareció una auténtica aventura, y la verdad es que lo es).
El jueves por la mañana a las 7 y cuarto, Garri nos recogió de casa y nos dejó en el autobús de las 8,30 a Bejar. Sobre las once y cuarto llegamos a la estación de autobuses de Bejar. Nada mas salir preguntamos como ir a Calzada de Bejar a dos parroquianos que nos dieron versiones distintas. Hicimos caso al que nos pareció de más confianza, que nos metió en una pura carretera angosta y, por tanto peligrosa para los caminantes. De todas maneras el camino nos ofreció vistas estupendas de Bejar, en su cortado, murallas, iglesias y monumentos. Al empezar, una anciana nos contó que ella hacia tiempo había hecho ese camino. Nos pusimos a caminar por la carretera que va a Ciudad Rodrigo, unos once kilómetros. En un pequeño tramo final nos metimos a la izquierda y todo cambió: nos encontramos un camino ancho con árboles y llegamos a Calzada, donde al fin dimos con Manuela que nos esperaba en su albergue, que se llama Alba y Soraya -los nombres de sus hijas-, y entramos a la vez que tres peregrinas francesas de mucha experiencia –por edad-, que, por lo que oímos, habían dejado a sus maridos trabajando en Francia. Elegimos una habitación con dos camas y un baño cerca.
El pueblo básicamente se compone de una iglesia cerrada y un bar abierto. Nos acercamos al bar. La dueña, Lola, estaba comiendo y mientras terminaba disfrutamos de una cervecita al sol (Javi un sprite) y contemplamos el nido de una cigüeña en el campanario de la Iglesia. Comimos especialmente bien (nada en particular: macarrones y filetes de lomo pero inesperadamente bien hechos y mejor devorados) y nos fuimos a dormir mientras aparecía Garri, que venía en coche con las guitarras. Javi empezó un régimen de siestas canónicas que en esta ocasión sólo llegó a las dos horas. Yo me quede más corto.
Al llegar Garri nos fuimos al puente de la Malena, según la recomendación de la Señora Lola, que forma parte del camino y que fue el paso histórico desde los romanos entre Extremadura y Castilla. Hay un miliario y un camino que sube y que empezamos un poco. En seguida seguimos para un pueblo sorprendente y completamente desconocido para nosotros hasta ahora, Montemayor del Río, con plaza y un castillo espectacular que divisa una gran panorámica desde arriba, de allí el nombre del pueblo. Un pueblo que huele a éxito turístico.
Cogimos las guitarras y nos fuimos al bar, en donde encontramos el único atisbo de vida social en Calzada. Lola se animó a tocar y cantar flamenco. Cenamos algo, tortilla, cañas, y cantamos más; wish you were here, across the universe y todo eso. Cantamos juntos. Llevo mi guitarra de 12 cuerdas; todo va bien mientras no haya que afinarla. Pedro, el pequeño de los tres hijos de Lola, se sienta con nosotros, está en 6º, nos enseña su raqueta y su Wii, que tiene pirateada y tiene todos los juegos. Se hace amigo de Javi. Grandes momentos hasta las once, que nos fuimos a dormir.

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