martes, 18 de agosto de 2009

El camino ingles de Ferrol a Santiago

El lunes día 10, una vez cerrado un lio que nos había tenido trabajando unos cuantos meses, llamé a la oficina de turismo de Ferrol para enterarme de donde dormir y como conseguir una credencial para sellar las etapas del camino. Cesar me lo solucionó todo; reservé nada menos que en el Eden y allí me dejo la credencial el mismo Cesar de camino a su casa. Despues de comer me cogi un taxi a Barajas. El taxista llevaba el rock and roll de Led Zeppelin y acababa de descubrir el led zep IV y terminamos medio cantando el wholla lotta love del II, que era lo que más le gustaba.

El plan tenía un pintón! Avión a La Coruña y de alli en autobus a Ferrol. Preciosas vistas, sol y calor. Desde la estación de autobuses de Ferrol, llegué callejeando al Eden, donde me atendió una chica muy agradable, casi angelical como correspondia al lugar, y dejé la mochila en el piso de arriba en una habitación muy sencilla (y desde luego, más que buena por veinte euros). Después de unas pocas vueltas, me encontre en una parroquia a don Jesus Perez, con el que, buscando una misa de peregrinos lo más temprana posible, terminé perdido dentro de la zona de urgencias de un hospital (donde al parecer habia una a las 7 y veinte de la mañana, según le habia confirmado por telefono la madre superiora) y en una zona con puertas que se cerraban a nuestras espaldas, rodeados de enfermeras sorprendidas y cirujanos atónitos: que hacen aqui?, no pueden estar aqui, ustedes con quien vienen, o ... sólo puede haber un familiar y ... cosas así. Todo se resolvió cuando explicamos que sólo queríamos salir de allí.

Después de dejar a don Jesus y de pasear por la zona cercana a mi Eden, me metí a cenar algo (bonito con tomate) en un bareto con pretensiones de restaurante del casco más o menos viejo y apretarme una botella de la tierra. Repaso la gente que he ido conociendo, encantada de echarte una mano y no he empezado; lo bueno empieza mañana.

Aquí los parroquianos entran, se acercan y te desean buen provecho y miran valorativamente a una madre américana que recuerda lejanamente a la bisset y cuyo bebe llora desconsoladamente. El grupo lo conforma un abuelo local con sus dos hijos y cada unos de ellos con sus mujeres, extranjeras, y sus respectivos nietos llorones. Y un grupo de trabajadores de los astilleros que me saludan. En fin, ésto ha empezado.

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